Diez años ha tardado el historiador Ramón García Piñeiro
(Sotrondio, Asturias, 1961) en culminar Luchadores
del ocaso, la obra definitiva sobre los más de diez mil fugaos que se echaron al monte en Asturias
tras la guerra civil. Un monumento historiográfico que recorre con minuciosa
pulcritud todo lo que puede ser sabido sobre los perdedores de la contienda que
no entregaron las armas tras la derrota republicana y se vieron sometidos a un
hostigamiento exterminador. “En réplica al revisionismo neofranquista,
-argumenta el autor en el preámbulo al libro- Luchadores del ocaso pretende demostrar que el régimen no
fue, en esencia, una dictadura modernizadora, sino un sistema de dominación
social mediante el uso sistemático de la violencia y el terror para
perpetuarse.”
No carece de
fundamento conjeturar que el 21 de octubre de 1937 entre 10.000 y 15.000
derrotados se emboscaron o se escondieron tras la derrota republicana en
Asturias, de los que un millar fueron capturados durante el primer mes de
persecución . La estimación, considerada exagerada por un reputado
especialista, toma como referencia el recuento oficial de muertos, capturados y
presentados realizado en mayo de 1938. Según este balance inicial, tras un
semestre de batidas, fueron capturados 601 huidos, fallecieron en encuentro con
la fuerza pública 1.208 y se entregaron a las autoridades 5.961 .
Von Stohrer, el embajador alemán acreditado en la España
franquista, remitió el 19 de mayo un informe a Ribbentrop, ministro de Asuntos
Exteriores, en el que destacó, sin cuantificar, la magnitud de las bolsas de
resistencia armada subsistentes en Asturias. En una nota previa, citando a
Franco, había precisado que, tras el desmantelamiento del frente, no habían
entregado sus armas unos 18.000 republicanos . Particularmente en esta región,
reconoció Eduardo Munilla en un estudio pionero de la guerrilla desde la óptica
del régimen, los huidos “constituyeron un verdadero problema” . De distintas
fuentes se infiere que, al término de la Guerra Civil en España, aún subsistían
emboscados en Asturias no menos de dos mil derrotados . En un informe de 1940,
el comunista Pedro Checa cifró en millares los huidos dispersos por Asturias,
cuyo número tendía a aumentar por la convergencia de “libertados de campos de
concentración, fugitivos e, incluso, soldados que desertan.
Muchas son las virtudes del libro: el ánimo exhaustivo, que
lleva a su autor a investigar la formación y composición de cada partida de fugaos,
sus adscripciones políticas, sus tácticas de supervivencia, el repertorio de
sus acciones, su vida sexual, las peripecias biográficas de cada uno de ellos,
los métodos de contrainsurgencia a los que hubieron de enfrentarse, su final.
Nombre a nombre, concejo a concejo, pueblo a pueblo, el libro cuenta, con una
prosa escueta, brillante y eficaz, cientos de historias terribles: padres
quemados vivos con su hijos, guerrilleros muertos a martillazos, historias de
amor, traiciones familiares, actos de abnegación inaudita…
Cada dato está documentado por testimonios personales, por un
barrido de las causas judiciales correspondientes o por una referencia
bibliográfica. Cuatro índices (onomástico, de alías y pseudónimos, toponímico y
analítico; en total, casi cien páginas) permiten moverse por el libro con
soltura, y localizar personas y lugares. Una edición primorosa, en tapa dura y
papel semibiblia, y un generoso cuerpo de ilustraciones, completan una obra
emocionante, a la que acudir para contrastar un dato o una leyenda familiar, o
para perderse en las mil y un historias que encierra.
En Asturias no se exigió “un bautismo de sangre” para aceptar al
neófito, pero alguno, mottu proprio, intentó dar rienda
suelta a su rencor y saldar cuentas pendientes antes de tirarse al monte. En
ninguno anidó un deseo de venganza tan justificado como en José Alonso
Fernández (a) Raxau, cuyo padre desapareció al
término de la Guerra Civil y su madre fue represaliada, cuando estaba
embarazada, en su presencia. En 1939, con 12 años, una hermana y él fueron
objeto de un simulacro de fusilamiento para que desvelaran el paradero de su
progenitor. En aquel trance, reconoció que pasó tanto medio que estuvo a punto
de delatarlo, pero se contuvo porque “se acordó de su madre, a quien temía más
que a la Guardia Civil”. Ante su mutismo, le obligaron a tenderse en el suelo y
simular que estaba muerto para hacer creer a su hermana que, si no colaboraba,
recibiría un trato análogo, añagaza que no surtió efecto porque, en un descuido
de sus captores, pudo guiñarle un ojo y demostrarle que seguía vivo. El 9 de
septiembre de 1948, al tomar la determinación de unirse a la guerrilla, quiso
dar rienda suelta al resentimiento tanto tiempo acumulado. Ese día, mercado
semanal en Laviana, no fue a trabajar en Coto Musel y, con otro huido, simuló a
media tarde que pretendían atracar una sucursal del Banco Herrero. Distraída la
fuerza pública con el señuelo, atentaron contra su verdadero objetivo: Alfonso
González Concheso, jefe de la contrapartida de Soto de Agues (Sobrescobio),
subcabo del somatén, miembro de la Brigadilla y objetivo prioritario de las
partidas del Nalón. No atinó con el blanco, dada la precipitación con la que
procedió, pero hirió a su hermano Paulino y a otra pieza no menos codiciada:
Amador Salvador Peón, cabo de la Brigadilla. Por el impacto de una bala perdida
resultó herido en un muslo Manuel Fernández Fuente, un vecino de Los Tornos que
había acudido al mercado. Tras huir vadeando el Nalón, fueron hostigados hasta
Les Llinariegues por guardias civiles, componentes de la brigadilla,
somatenistas y contrapartidas, pero pudieron escapar al cubrirles la retirada
un guerrillero que estaba apostado en la margen izquierda del río, con el que
se dirigieron, monte arriba, hacia Les Bories, de donde era natural.
Mayor reproche mereció, por la condición de izquierdista de la víctima,
el acto de soberbia que protagonizaron la madrugada del 16 de agosto de
1949 en la romería del Fresnu (San Martín del Rey Aurelio). A la fiesta
asistieron Raxau y Mario el Gitano, que
confraternizaron con la concurrencia, en su mayoría mineros de La
Invernal, La Invernite y Peñateyera, casi todos de izquierdas. Por
motivos no concretados y bajo los efectos del alcohol, los jóvenes
guerrilleros se enzarzaron en una discusión con Enrique Roces García, al
que la Guardia Civil tenía catalogado como “jugador y pendenciero”,
calificativos con los que solía etiquetar a los desafectos. Tras la
acalorada discusión, acompañado de otros romeros, Enrique emprendió el
camino de regreso a Peñateyera, pero, inopinadamente, regresó al prado
de la fiesta, buscó a Raxau y lo abofeteó. Este, al grito de “al Pinto no le pega una hostia nadie”, se identificó como el Raxau
de Villoria, sacó la pistola y lo mató de un tiro. Consumada la
agresión, golpearon a los pocos testigos que quedaban y les conminaron a
que se marcharan para sus casas sin volver la vista. Aunque se mostró
condescendiente con los huidos, un enlace de la dirección exiliada del
PCE que se encontraba en Asturias calificó el incidente de “acto de
bandolerismo”. En su versión, la víctima y sus amigos estaban borrachos,
molestaron a los guerrilleros y estos, “inconscientemente, dispararon”.
No obstante, reconoció que ambos recibieron una “severa reprimenda de Caxigal y Sabugo”, quienes les amenazaron con fusilarlos si no se enmendaban
No hay comentarios:
Publicar un comentario